Como la cita con Natalie, nuestra guía, era a las 15:30 en La Maison de Barreyre, a las 13:30 nos decidimos a dar cumplida cuenta de los bocatas y del contenido de los termos, al cobijo de un observatorio (como ya es costumbre). Reposición de fuerzas, con celebración cumpleañera incluida (Zorionak Zuriñe), y nos disponemos a afrontar, con un sol de 12º, el “plato fuerte” de la excursión.
En tres furgonetas de la reserva, dos de ellas conducidas por nosotros (que hasta aquí también llega la crisis), llegamos a la gran e imponente torre de madera, oteadero incomparable que domina toda la zona.
En el silencio que precede a la llegada de las Grullas, vemos un Zorro, dos Corzos y 3 Jabalíes. No faltan en la lámina de agua Avefrías, Porrones y otras acuáticas. La expectación “grullera” va en aumento y de pronto, a las 17:00, empiezan a aparecer a lo lejos los primeros cientos que van pasando a ser miles.
Es emocionante. El trompeteo y las siluetas de las zancudas lo inunda todo, superponiéndose a nuestras voces: “Mira, mira, por la derecha viene un bando grande”, “Por allí también vienen más”, “Las de allí son más de mil”, “Mira estas que cerca”, “Que espectáculo”… y claro: “Silencio, silencio, que nos van a oír” o “callad un poco que nos volveremos locos”.
Indiferentes a nuestro ajetreo interno y a las emociones que invaden observatorio y observadores, las Damas grises van cumpliendo el ritual que dicta su instinto. Al atardecer van congregándose en este espacio que perciben seguro, hasta formar un solo ser de veintitantos mil individuos, ante nuestra mirada atónita y un poco más enamorada.
Como cuando pasa una tormenta y los truenos se van apagando a lo lejos, así se van acallando las voces de las Grullas dispuestas para el sueño. Anochece y toca retirada. Bajando, ya a oscuras, la escalera de la sólida atalaya, ya no las vemos, pero aún se escuchan retazos del clamor que llenaba el aire.
En esta ocasión, por factores que solo las Grullas conocen, se han posado a mayor distancia que en otras ocasiones, pero la intensidad de esa hora de llegada ha sido similar.
Por razones igualmente desconocidas, en esta excursión solo hemos visto unas pocas Palomas torcaces, cuando el año pasado se estimaba que pasaban de las 300.000 las que invernaron aquí.
Ya más relajados pero no menos contentos, vamos abandonando el lugar. Las luces de los faros nos descubren a algún Conejo y alguna Liebre, que buscan el amparo de la noche para salir de sus refugios. Lo tomamos como un broche de despedida, mientras solo pensamos en que tenemos volver y… volveremos.
Joselu, Joseba, Maite, Josefi, Leire e Imanol
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