Mostrando entradas con la etiqueta Acentor alpino. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Acentor alpino. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de diciembre de 2012

AVECILLAS del FRÍO, ESCRIBANO NIVAL




Las modestas cimas que preludian y contornean a las cumbres de los grandes macizos, son el hábitat de majestuosos voladores, como los leonados. Nadie puede sustraerse a la contemplación de las evoluciones de estos “señores del aire” especialmente donde, como aquí, se concentran en número importante.


Pero bajo la sombra de las grandes alas, otros pajarillos, más modestos, nos marcan la estación en la que nos encontramos. Una visita al navarro Baztan, subiendo a una de sus emblemáticas montañas, nos puede deparar sorpresas, no excepcionales, pero sí especiales.



Un inquieto pájaro brinca por el suelo con apariencia de un robusto Gorrión. Las pinceladas blancas de su plumaje nos alertan y, efectivamente, es un Escribano nival.



Al ver su carita ya no cabe ni la menor duda. Su pequeño pero robusto pico y su dibujo facial delatan a un ejemplar macho en plumaje de invierno. En primavera, en la estación reproductora, salvo su dorso, primarias y pico, que son muy oscuros, el resto de su plumaje es blanco níveo.


No en vano su nombre en los distintos idiomas, incluyendo el científico, lleva el apellido nival: (Plectrophenax nivalis) y en euskera: Elur-berdantza.
Fr.: Bruant des beiges, Gall.: Escribenta das neves, Port.: Emberiza das neves, It.: Zigolo della neve, Ing.: Snow Bunting



Es ave que cría en latitudes muy nórdicas, en parajes rocosos desarbolados, zonas de alta montaña, páramos altos y en la tundra. Si bien el contingente principal de su población, en época de invernada, no llega a nuestras latitudes, el entorno de la cornisa cantábrica acostumbra a acoger a unos pocos de los que se animan a llegar a puntos más meridionales, bien durante una escala migratoria o con intención de pasar por aquí el invierno.


Pero no es solo el Escribano nival el único pájaro norteño infrecuente que llega hasta nosotros. Años, como el presente, se detecta una importante arribada de Pinzón real, unas veces entremezclados con comunes y otras en bandos monoespecíficos.


Algunas especies migratorias no realizan grandes viajes norte-sur, si no que sus desplazamientos en busca de mejores condiciones para pasar el invierno tienen un componente arriba-abajo. Es lo que se conoce como movimientos o migración altitudinal. Son aves que crían en altas cotas montañosas y que en invierno bajan a altitudes menores, donde el suelo no permanece de continuo cubierto por la nieve y los rigores del clima son menos severos.



Es el caso del Acentor alpino de estas dos fotos y el del diminuto e inquieto Reyezuelo sencillo, que por “un pelín” no sale en la instantánea.



Al marcharnos dejamos nuestro temporal puesto al gran vigía de estos collados, al mayor de los paseriformes, al imponente y bello Cuervo.


Sus brillantes ojos no perderán detalle de todo cuanto acontezca en estos parajes que nos brindan la oportunidad de acercarnos a los escasos reductos de Naturaleza Salvaje que, nuestra “salvaje” civilización, con su incontenible ansia, aún no ha devorado y que no podemos permitir que los devore.



Joselu G. Quintas



domingo, 22 de julio de 2012

TREPARRISCOS




En ocasiones nuestros blogs parecen impregnarse de la dinámica periodística y lo que no es actualidad no parece noticia, y esto no tiene necesariamente que ser así. Esto nuestro no es prensa y, aunque comparta con ella algunos de sus aspectos, veracidad, rigor, interés, etc., nuestras formas y enfoques son distintos o al menos algo  diferenciados.
Visto desde esta perspectiva, os traemos la crónica del encuentro con una de nuestras aves más difíciles de observar y que ocurrió en el pasado invierno.


El sábado, 11 de febrero, con un sol esplendido y una temperatura más que agradable, partimos desde el parking de Landeaderra hacia el Mugarra. Cogimos una pista de cemento muy bien trazada, que discurría entre pinos jóvenes y, al cabo de unos minutos, oímos un canto familiar, será un garrapinos, un herrerillo… esperamos un poco y se nos presenta el responsable: un precioso reyezuelo listado que, al sol, se mostraba en todo su esplendor.


Seguimos por la pista hasta una curva, señalizada con un poste indicador, de donde parte un sendero hacia el collado de Mugarrikolanda (nuestro objetivo). Esta ascensión fue un suplicio, al fuerte desnivel se sumó que era un pedregal con los pocos huecos que dejaban las piedras embarrados, así, poco a poco, nos acercamos al collado donde empezamos a ver abundantes leonados, al menos dos milanos reales, y banditos de chovas. Ya en el collado se suavizó la ascensión y se nos mostró una vista inolvidable. La pared sur del  Mugarra se veía ya muy cerca y hacia ella nos encaminamos después de coger aliento.


Había un fuerte desnivel pero era una pradera lisa, muy fácil de recorrer. Mientras ascendíamos íbamos levantando chovas que nos parecían piquigualdas, estábamos a 760m y habitualmente viven a más de 1500m, (de hecho sólo las habíamos visto antes en los Picos de Europa a 2.400m) ¿no serían juveniles de piquirrojas?, pero no, todo apuntaba a las de pico amarillo. En el valle de Orduña vimos las piquirrojas, también fuera de su lugar natural, por lo que pensamos que éstas también habían bajado un escalón de altitud en busca de mejores recursos. Cuando estábamos ya a pocos metros de la pared empezamos a ver acentores alpinos. Qué bonitos y qué confiados, hacían vuelos cortos dejándose acercar mucho. 




Al llegar a la pared nos encontramos con un grupo de jóvenes escaladores que practicaban en el lado izquierdo. Les preguntamos por el treparriscos, no lo conocen ni han visto nada parecido, pero nos señalan un cartel, allí cerca, donde se avisa de la prohibición de escalar de la cueva que se ve hacia la derecha. Esperanzados nos asentamos al lado de la cueva dispuestos a esperar. Nos llama la atención la gran cantidad de leonados que sobrevuelan la zona, y a baja altura, y nos acordamos de lo que nos dijo el encargado de la casa del parque: En el Mugarra se encuentra la colonia más grande de Vizcaya. Yo me contengo las ganas de tirarles fotos para no despistarme de mi objetivo, que ya se sabe, cuando menos te lo esperas salta la liebre, y efectivamente, al poco rato vemos movimiento en la pared y con los prismáticos se confirma: ¡EL TREPARRISCOS! A media altura y un poco a la derecha de la cueva.  Se movía rápido ocultándose por los entrantes y salientes, y de vez en cuando hacía vuelos cortos, en dos ocasiones se fue hacia los escaladores. No parecía muy tímido, buena señal. También entró dos veces en la cueva, produciéndonos fuerte taquicardia, pero tan rápido que no lo pude captar. Y Begoña: por aquí, por aquí. Y luego: por allí, ¿pero no lo ves, al lado de aquel arbustillo? Y yo con la taquicardia subida, tratando de captarlo. Esto duró un buen rato, cuando desapareció durante un tiempo pudimos sacar los bocatas pero no nos dejo comerlo a gusto, en dos ocasiones tuve que sustituirlo rápidamente por la cámara.









No nos lo podíamos creer: ¡Llegar y besar el Santo! Al cabo de una hora, y después de sacar a las chovas también haciendo sus pinitos en la escalada, decidimos movernos por la orilla de la pared hacia abajo (dirección Mañaria, ya sabéis, prohibido escalar), para tratar de sacarle una foto más cercana, ya que todas las que tomamos, como veréis, lo están de muy lejos, pero no lo volvimos a ver. A las tres de la tarde decidimos regresar a casa. Por el camino de vuelta tomamos la decisión de volver otro día, pero ascendiendo desde Mañaria que, aunque es más largo y con más desnivel, no hay que pasar por el horrible sendero que os hemos descrito al principio. 



Begoña & José Luis