domingo, 11 de julio de 2010

Visita al río ERRO


Estamos esperando que salga publicado en el Boletín Oficial de Navarra la aprobación de un PSIS (Proyecto Sectorial de Injerencia Supramunicipal) que emana de una Ley de Ordenación Urbanística pero que se emplea abusivamente para tramitar de urgencia proyectos en los que se sospechan oposiciones públicas no deseadas.

Este proceso de pelea desigual que SEO/BirdLife y otras organizaciones conservacionistas mantienen en defensa del Patrimonio natural que es de todos, pero una vez más vivimos situaciones de locura porque nos toca defender estos lugares justamente de aquellos que fueron elegidos para hacer precisamente esta labor protectora y no la contraria.

Es por esto que sentimos la necesidad de visitar el curso del río Erro por aquella percepción que nace de la emoción más profunda que nos lleva a acompañar al amigo más querido cuando lo vemos amenazado. El curso del arroyo de montaña es francamente recomendable. Desde los prados de Sorogain en el alto prepirineo la regata del mismo nombre forma algo más abajo el curso del Erro antes de desembocar en el Irati.


Curso fértil de aguas trasparentes y llenas de vida que nos conduce por sotos de vegetación cambiante desde la típicamente alpina hasta la mediterránea. Y así los brezos, cárices y lúzulas se convierten en alisos a la altura de Ureta con presencia de roble peludo y hayedo no mochado de viejos troncos con rico sotobosque de espino navarro, albar, avellano y rosal. A partir de Urnitza aparece el boj y el robledal es sustituido por el quejigal y ya en la parte más baja vuelve a aparecer el aliso con abundantes saucedas y choperas.

Nos sorprende la abundancia del Mirlo común y la Oropéndola en la rica vegetación de ribera del curso bajo. Buitres y Alimoches en los roquedales de los acantilados que forman los tajos del curso medio y en los prados más altos Milano real y buenos bandos Chovas piquigualdas que gritan entre las yeguas y el ganado pirenaico que se solaza en la calma del paisaje.

Esta es la Naturaleza pura que nos queda y que nos obliga a pelear contra los que la gestionan a contrapelo, movidos por la ilusión de que nuestros hijos la hereden pudiéndola trasmitir a aquellos que nos sucedan.

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