Tras la lluviosa primavera pasada y este sofocante verano
presente, las especies que crían en Txingudi, con mayor o menor fortuna, van
sacando adelante a su descendencia, como es el caso de las Gallinetas o Pollas
de agua.
Conocido es que en diferentes especies de aves, de
variados órdenes y familias, los pollos crecidos de las primeras nidadas
colaboran con sus progenitores en la crianza de sus hermanos, nacidos de
puestas posteriores. Parece ser una estrategia natural para aumentar la
supervivencia de los pollos de las segundas puestas y, al mismo tiempo, sirve
de aprendizaje y entrenamiento para que los juveniles tengan mayores
probabilidades de éxito cuando tengan edad de reproducirse.
Saber estas cosas está bien, pero verlas y comprobarlas en
vivo, pues está mucho mejor.
Andaban estos dos polluelos reclamando alimento, con sus
insistentes y característicos chillidos, al adulto (imposible determinar si
padre o madre).
Este ejemplar juvenil, nacido de una nidada anterior,
permanecía cerca y expectante.
En el momento en que el adulto acercaba un trocito vegetal
a los pequeños y desgarbados de plumón hirsuto y negro, el juvenil, rápidamente
se les adelanta y se hace con el bocado. Esto que, en principio, nos podría
parecer un abuso del más grandote, se torna, en un momento, en algo más
entrañable.
Con el verde bocado en el pico, el juvenil se dirige a la
orilla, de donde surgen de entre la vegetación otros dos diminutos peluches
negros, implorantes, chillando y levantando sus incipientes alitas.
Con delicada paciencia, tal como si fuesen sus propios
hijos, entrega, de pico a pico, el ansiado alimento.
No dura nada la escasa comida entre tan ávidos comensales
y de poco sirve que pongan caritas de pena.
Nunca es bastante e insistir y no desistir es la mejor
táctica.
Bueno, quizás lo mejor sea no gastar fuerzas y andar listo
para cuando vuelva con otro jugoso bocado.
Mientras esto ocurría en Jaizubia, a cuatro aletazos de
allí, en Plaiaundi, un Águila pescadora, que lleva cerca de un mes asentada en
el enclave, aprovecha los recursos alimenticios que le brinda la bahía. En esta
ocasión una pieza de buen tamaño, uno de los abundantes Corcones que nadan en superficie. Seguro que no tiene
vocación exhibicionista, pero, sin saberlo, nos ofrece todo un espectáculo.
Desde su posadero, en una de las falsas acacias que
bordean la laguna de San Rafael, más conocida como la del aeropuerto, otea la
lámina de agua donde se remansa y se despide de tierra el Bidasoa.
Su aguda vista se ha clavado en una presa y, como un
resorte, despliega sus alas y se lanza al lance de pesca.
La distancia es respetable y la rapidez de la
zambullida, han impedido obtener una foto presentable. Pero, ahí está, con las
alas desplegadas para no hundirse, lo que nos permite adivinar que algo tiene
atrapado entre sus afiladas garras.
Tras tomar aliento que le recupere del esfuerzo y recargue
energías para elevarse del agua, con una presa que posiblemente ronde la mitad
de su propio peso, con enérgicos batidos de sus 170 centímetros de
envergadura, despega.
Hemos preferido guardar silencio (dejar la secuencia de
fotos sin intercalar palabras) para poder apreciar lo majestuoso del ave, la
colocación aerodinámica del pez, la fase de muda del deteriorado plumaje, e
incluso, por qué no, acompañarle anímicamente en el esfuerzo.
Caprichosa criatura que, ahora que se han gastado unos
dineros en clavar unos postes-posadero para ella en la marisma de Itzaberri,
prefiere irse hasta un palitroque de los que hay dentro del recinto del
aeródromo. Nos afea la composición y la vemos muy pequeña y lejos, pero parece
que allí las patiamarillas le dejan disfrutar más tranquilamente de su bien ganado
almuerzo.
Son momentos sencillos, cotidianos, pero cargados de lecciones naturales. Momentos de esos que nos hacen disfrutar, valorar y querer a esas criaturas con las que coexistimos y tenemos la fortuna de compartir el mundo y la vida.
Fotos. Maxi Manso
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