Los que nos movemos en el mundo de las preocupaciones conservacionistas
nos empeñamos en la búsqueda del bienestar social, a través de un reparto más
equitativo y justo de los recursos, de forma compatible con la preservación de
nuestros paisajes, envidiados por su naturalidad.
Esta idea de conservación choca con la concepción política del término,
porque lo conservador se relaciona con
la querencia a mantener sin cambios la estructura política,
ideológica y económica, en la preservación de los privilegios de unos pocos
sobre los derechos de sus convecinos. Es decir, se asocia lo conservador con lo
tradicionalista, lo continuista y lo carca. Y lamentablemente, en los episodios
que me propongo comentar es difícil encontrar argumentos que contradigan estas
concepciones.
En los últimos años, la sociedad navarra
observa, desde la comodidad del tresillo, cómo se degradan sus paisajes en
función de los intereses de unos pocos con planteamientos desarrollistas
totalmente miopes, convencidos por las maquinarias mediáticas de que nuestra
gestión medioambiental es ejemplar. La sociedad civil que apoyó la Constitución de 1978 no fue capaz de
descubrir que seguíamos con los mismos pliegues que impedían cambios
sustanciales en los modos, permitiendo que el clientelismo y la corrupción
preconstitucional se perpetuaran apenas
barnizados.
Los atisbos de rebeldía social que se
vivieron en Navarra con la oposición al embalse de Itoiz, fueron capaces de poner momentáneamente en apuros a todo un
aparato político enfermo de prepotencia, pero fracasaron en la pervivencia de
los inamovibles intereses preconstitucionales. El resultado de este gran
esfuerzo social decepciona porque las campañas oficiales de descrédito
consiguieron establecer en la opinión pública el convencimiento de la
inutilidad de cualquier resistencia al ilimitado poder del Gobierno local. Lo
que realmente era la exhibición espontánea de la defensa de nuestros paisajes
se supo presentar como pantalla que ocultaba oscuros intereses más relacionados
con el antisistema que con la cultura navarra.
Esta actitud apática y de abandono ha sido una dificultad adicional en
la defensa de los bosques de Zilbeti. Pero aquí la movilización social de sus
defensores no ha sido masiva sino puntual, paciente, trabajadora, incansable,
tozuda, sorda y su éxito se debe a la fuerza de su humildad y a los ingeniosos
fogonazos que han llegado a conocerse impulsados por la sencillez de sus formas
dentro de la densidad de los mensajes.
Esta promoción minera, la de Zilbeti, empezó con una declaración de
agotamiento de la mina de Azkarate, en Eugui, y la necesidad de buscar mineral
en nuevos yacimientos. Junto con esta revelación, se nos afirmaba que todo el
mineral estaba dentro de los espacios protegidos de la Red Natura y que su
extracción era la única oportunidad de la empresa minera dicho “con autentica
desesperación ante la agonía industrial “(sic). Inmediatamente del Gobierno
navarro se vuelca en un apoyo sin recato alejado de la imparcialidad que debe
demostrar la Administración ante un trámite en donde no puede ser juez y parte.
La verdad es tozuda y el tiempo nos ha dado la razón a los que siempre
hemos sostenido que existe suficiente magnesita de buena calidad fuera de la
Red Natura y que la supervivencia de la empresa de Zubiri no depende del acceso
al mineral, sino a causas relacionadas con la gestión empresarial, los márgenes
comerciales o los mercados. A tal efecto Magnesitas de Navarra acaba de
presentar un proyecto de ampliación de su actual mina en Eugui, fuera de los
espacios protegidos, con mineral suficiente para más de 33 años. De tal forma
que la obligación legal de renunciar a la mina de Zilbeti puede convertirse en
una escusa para justificar la aplicación de ajustes laborales a los que parece
tener que someterse sin remedio.
Itoiz salió adelante por ser una obra pública pagada con los recursos
de todos, dentro de un clima en donde no se entiende el desarrollo económico
desligado de los grandes proyectos
públicos y en donde la rentabilidad futura no se mide salvo en función del
interés inmediato. Zilbeti por el contrario es un proyecto privado, financiado
con fondos privados, sin desdeñar las ayudas públicas, pero dentro de la misma
concepción de crecimiento económico basado en la explotación de recursos estén
donde estén, protegiendo los mismos intereses políticos rancios, basados en el
trueque de canonjías y sinecuras, irracionales e injustas. Pero tanto, antes en
Itoiz y ahora en Zilbeti, sometidos al mangoneo de gestores y técnicos
administrativos duchos en interpretar las reglas del estado de derecho en
beneficio de las consignas que reciben.
Una vez reconocidas las reservas localizadas en Eugui, fuera de la Red
Natura, el interés de Magnesitas por Zilbeti es menor y el Gobierno navarro
dispone de suficientes argumentos para no violar los espacios protegidos,
teniendo la posibilidad legal de suspender el proyecto aunque solo sea por la caducidad real de las autorizaciones.
Sin embargo un paso atrás en estos momentos sería una decisión política
elegante pero incómoda, porque se perdería el espíritu de Itoiz reconociendo
que cuando la sociedad civil se empeña, nuestros gestores políticos no pueden
actuar imponiendo caprichosamente su
voluntad por el solo motivo de hacer uso del poder que les hemos otorgado.
Zilbeti ha conseguido lo que Itoiz no pudo completar. La humildad de
los pequeños pueblos pirenaicos navarros han sabido ponerse enfrente de los
egoísmos oficiales cegatos y ha llegado el momento de filtrar hacia la
conciencia pública los resultados conseguidos haciendo posible que la sociedad
se cargue de ilusión sabiéndose capaz de impedir las tropelías del pasado.
Gasteiz – Iruña 28 de enero
2014
Ramón Elosegui Borinaga
Delegado Territorial de SEO/BirdLife en Euskadi y
Navarra
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